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jueves, 12 de febrero de 2015

Bendita ciudad, de maldita historia (XXVII parte)*

En el país de aquellos años, los gobiernos revolucionarios promovían la cultura y el arte, y se sentía la búsqueda de la identidad guatemalteca.

EDUARDO ANTONIO VELÁSQUEZ CARRERA
Los pintores, escultores, dramaturgos, literatos, cuentistas, novelistas y poetas “del ciclo revolucionario”, comenzaron a despuntar con la generación del cuarenta, del siglo pasado. Hay que recordar que el enorme poeta chileno Pablo Neruda, estuvo en la ciudad de Guatemala en 1942, la primera vez, visitando a su amigo, Miguel Ángel Asturias, a quien había conocido en París. Fue en esta ocasión, que el abarrotero y poeta Alfredo Martínez –padre de Severo– tuvo la oportunidad de conocer al bardo chileno, por causa del vodka que los escritores pidieron a su abarrotería y que él sabiendo para quienes era, les ofrendó como regalo. El joven novelista Miguel Ángel Vásquez se desempeñaba por aquellos días como secretario del futuro Nobel de Literatura de 1967. Aquí, Neruda, posteriormente ganador del premio Nobel en 1971, escribió que “Guatemala, tiene olor a caoba”. Neruda retornaría a esta bendita ciudad en 1950, invitado por el gobierno de Arévalo Bermejo, para encontrarse con los jóvenes creadores del país y con “la Guatemala de los perfectos lagos”.

Ya batían sus alas poetas como Otto Raúl González, Rafael y Edmundo Zea Ruano; cuentistas como Augusto Tito Monterroso y José Pepe Hernández Cobos; novelistas como Mario Monteforte Toledo y Miguel Ángel Vásquez; dramaturgos como Manuel Galich y Carlos Illescas. Los patojos del Saker-Ti, “Amanecer o alborada” en kaqchikel, comenzarían a realizar sus sueños artísticos, más tarde guiados por Luis Cardoza y Aragón, quien fundó La Revista de Guatemala. Era Cardoza y Aragón, junto a Miguel Ángel Asturias, luminarias del arte guatemalteco conocidas ya en el exterior. Entre ellos, se incluían los poetas Huberto Alvarado, Julio Fausto Aguilera, Melvin René Barahona, Raúl Leiva, Werner Ovalle López, Olga Martínez Torres, Abelardo Rodas Barrios y Rafael Sosa, quien fuera también filósofo. Los pintores Miguel Ángel Ceballos Milián, Adalberto de León Soto, Jacobo Rodríguez Padilla, Guillermo Grajeda Mena y Juan Antonio Franco. Escritores como Carlos Navarrete, Óscar Arturo Palencia, Roberto Paz y Paz, Orlando Vitola, Enrique Palmer, José María López Valdizón, José Enrique Torres y René Augusto Flores. Y músicos como José Arévalo Guerra, Manolo Herrarte y Jorge Álvaro Sarmientos. Otros artistas e intelectuales como Arturo Martínez, Roberto Cabrera, Óscar Edmundo Palma, Arqueles Morales y Hugo Barrios Klee, también fueron miembros de este grupo. Autores noveles como Guillermo Noriega Morales, Carlos Navarrete, Roberto Díaz Castillo y otros más, comenzaron a escribir por aquellos años. Los pintores, seguidores de Carlos Mérida y de Humberto Garavito empezaban con sus primeros pinitos, muchos de ellos becados por la revolución para perfeccionarse, en los Estados Unidos de América y en Europa. Otros pintores y muralistas como Rina Lazo, retornaron al país. Para honrar la raíz indígena de Guatemala, se creo el Instituto Indigenista Nacional, dirigido por el distinguido maestro José Castañeda Medinilla. Los eventos de la llamada masacre de Patzicía, perpetrada en los inicios del proceso revolucionario, todavía estaban y están frescos en la memoria colectiva. Ese secular odio a lo aborigen, continuaba vigente y reincidente.

En el país de aquellos años, los gobiernos revolucionarios promovían la cultura y el arte y se sentía la búsqueda de la identidad guatemalteca. El arte, la política, la economía y la sociedad eran un hervidero que estaba pariendo una nueva Nación.

*Tomado de "El Periódico" de fecha 11 de febrero de 2015